Sobre la situación mundial y nuestra perspectiva
Hace unos años, más precisamente en la primera década del siglo XXI, se hizo un lugar común decir que nos encontrábamos frente a un Cambio de Época. Con ello se quería transmitir que no era meramente una época de cambios, sino que se estaban desarrollando transformaciones estructurales que significaban una reconfiguración del orden mundial y regional existente.
Algunos hechos que sustentaban este diagnóstico eran el surgimiento de los progresismos o nacionalismos populares en América Latina al calor de la crisis del Consenso de Washington, las resistencias contra el recetario neoliberal y el rechazo al ALCA; el surgimiento de nuevos poderes regionales y mundiales que ponían en crisis el orden unipolar y comenzaban a dibujar una dinámica de incipiente multipolaridad; las guerras contra el “Terror” y el unilateralismo neoconservador de Washington que aceleraron el declive relativo del liderazgo estadounidense y horadaron su poder frente a los magros resultados obtenidos; la gran crisis financiera y económica de 2008 que mostró, una vez más, y en esta ocasión en los países centrales, la fragilidad e inestabilidad del capitalismo financiero transnacional, los límites de una forma particular de acumulación y de hiper-globalización, y la exacerbación de desigualdades con profundas implicancias sociales y políticas. A su vez, comenzó a ponerse de manifiesto una crisis civilizatoria más profunda, donde la cuestión ambiental ocupa un lugar central.
Más de una década después, el Cambio de Época se confirma. Transitamos una crisis relativa de la hegemonía estadounidense-británica –con centro geopolítico en Occidente y centro geoeconómico en los países del G7– que está abriendo una etapa de profundas disputas, caos sistémico, guerra y transición hegemónica. Hay una situación de multipolaridad parcial creciente en la que, si bien se destacan Estados Unidos como antiguo hegemón de un lado y China como principal potencia emergente del otro, existen otros poderes –como Rusia, India, la Unión Europea, Japón, etc.-, y se impulsan procesos de regionalización y conformación de bloques en la búsqueda de ganar grados de relativa autonomía. Ello tiende hacia la configuración de un escenario complejo, bajo una dinámica relativamente multipolar, que no puede reducirse a la simplificación de una “nueva bipolaridad”.
Existe un conjunto de tendencias fundamentales en la presente transición de poder mundial. La primera es el declive relativo de Estados Unidos y Occidente, que contrasta con el ascenso relativo de China, Asia Pacífico e Índico. Que el 52% del producto bruto industrial mundial esté en Asia, que China tenga un PIB industrial equivalente a la suma de Estados Unidos, Alemania y Japón, o que el gigante asiático sea la principal potencia comercial del planeta y lidere desde 2019 la solicitud mundial de patentes tecnológicas son datos que ponen de manifiesto esta tendencia. Dicha situación, que resulta mucho más profunda que los datos mencionados a modo de ilustración, pone en crisis una de las características fundamentales del sistema mundial en los últimos siglos: su occidentocentrismo. Ello abre un escenario completamente nuevo para América Latina y el Caribe en tanto periferia/colonia fundante de la modernidad Occidental y del desarrollo capitalista desigual y combinado.
La segunda tendencia es la agudización de contradicciones estructurales que devienen antagónicas y dan lugar a crecientes conflictos. Por ello, desde 2014, y más aún luego de la guerra comercial lanzada por Donald Trump, la escalada de la guerra en Ucrania o las tensiones en Taiwán, se analiza que estamos ante una “nueva Guerra Fría”, una “Guerra Fría II”, la “Tercera Guerra Mundial por pedacitos” o una “Guerra Mundial Híbrida”.
La contradicción principal que atraviesa al sistema mundial es entre los poderes en ascenso con centralidad en la masa continental de Eurasia –que reclaman mayor participación en el poder global, buscan modificar la división internacional del trabajo y cambiar las reglas de juego del orden mundial construido bajo la hegemonía estadounidense-británica– frente a los viejos poderes dominantes del Atlántico Norte, que buscan mantener el viejo orden o, en todo caso, reconfigurarlo sin modificar las principales jerarquías establecidas, es decir, sin acomodarse a la nueva distribución de poder.
Dicha contradicción expresa de cierta forma, aunque no de manera lineal, la tensión entre el viejo centro del sistema capitalista mundial representado en el G7, que en términos económicos monopolizaba la tecnología, el comercio global, las finanzas mundiales (lo que incluye la moneda de pago internacional) y la administración global de los recursos naturales, frente a los territorios periféricos o semiperiféricos que plantean la necesidad de modificar y regular esas prácticas monopólicas para debilitar las relaciones de dependencia. Consecuentemente, los instrumentos de poder en sus diferentes versiones aparecen como elementos clave e inherentes al sistema mundial desde la década de los setenta del siglo pasado hasta el presente y son utilizados tanto para disciplinar fuerzas emergentes o luchar entre los distintos estados o polos centrales entre sí. En nuestros días esas manifestaciones son cada vez más explícitas.
También se observan otras tendencias y elementos fundamentales para interpretar el nuevo escenario global. Una de ellas es la crisis de las instituciones multilaterales tradicionales forjadas bajo la hegemonía estadounidense-británica y, en este contexto, la emergencia de nuevas instituciones multilaterales tanto regionales (la Comunidad de Estados de Latinoamericanos y Caribeños, la Asociación Económica Integral Regional en Asia Pacífico, la Unión Económica Euroasiática, etc.) como de alcance mundial (los BRICS, la Iniciativa de la Franja y la Ruta, o el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura), que expresan institucionalmente la nueva realidad multipolar y la búsqueda por avanzar hacia otro ordenamiento mundial y regional.
Por otro lado, la crisis económica mundial que estalló en 2008 y tuvo como centro el Norte Global marcó un antes y un después en la economía mundial y en la dinámica capitalista. El Norte Global entró en una fase de bajo crecimiento y estancamiento, en fuerte contraste con el gran crecimiento de China, India y otros países de Asia Pacífico e Índico. En la mayor parte de las economías del G7 se incrementó fuertemente el endeudamiento y, en general, la financiarización de la economía para enfrentar las tendencias recesivas, lo que alimentó un “capitalismo rentista” que provoca un enorme incremento de las desigualdades y horada la legitimidad política. Las economías periféricas que quedaron subordinadas a dichos procesos de financiarización bajo modelos neoliberales sufrieron situaciones de estancamiento o recesión, fuga de capitales, incremento de la pobreza y la desigualdad, que terminaron con profundas crisis económicas, políticas y sociales. La situación de América Latina desde 2014 resulta clara en ese sentido. La pandemia Covid 19 potenció todos estos datos críticos.
A su vez, por el lado económico asistimos a una transformación de las relaciones de producción en el capitalismo mundial, asociado al desarrollo de nuevas tecnologías que impulsan a las fuerzas productivas, lo que comúnmente aparece bajo el título de “Revolución industrial 4.0”. Ello implica grandes desafíos por lo menos en dos dimensiones centrales: quién conduce estas transformaciones o en función de qué intereses y, por otro lado, la necesidad de avanzar en este sentido para no sufrir procesos de periferialización.
En la presente transición de poder mundial y guerra, las periferias y los países emergentes se encuentran atravesados por la tensión entre el desarrollo nacional y regional o mayores niveles de periferialización, entre aumentar los niveles de autonomía relativa y capacidades para ejercer una soberanía efectiva o, por el contrario, profundizar las situaciones de dependencia, con el consecuente despojo de sus recursos naturales y el fortalecimiento de los mecanismos de transferencia de excedente. Bajo el capitalismo financiarizado estos mecanismos han alcanzado nuevos niveles, generalizando los procesos de acumulación por desposesión del capital financiero global sobre los sectores de la producción y el trabajo. El debate y la puja política serán centrales para enfrentar y definir un rumbo frente a estos dilemas.
Sobre Nuestra América
América Latina y el Caribe, Nuestra América, lejos de ser irrelevante desde el punto de vista económico y geopolítico, es una región fundamental. Para Estados Unidos, desde que planteó la doctrina Monroe, hace casi dos siglos, es su área de influencia primordial, su patio trasero, la zona donde no acepta que actores extra “hemisféricos” disputen su dominio, como tampoco procesos de integración y autonomización. Por otro lado, para potencias emergentes como China, la región tiene cada vez mayor importancia como destino de inversión, de aprovisionamiento de materias primas estratégicas y de asociación política, como reflejan los acuerdos establecidos con los países latinoamericanos. La pérdida objetiva de gravitación en términos económicos no transforma a los países en irrelevantes.
El escenario posterior al superciclo de las commodities puso en evidencia que la región sufrió una pérdida relativa de poder económico. El desarrollo de indicadores sociales, económicos, políticos y estratégico-militares magros de América Latina y el Caribe, muy especialmente en los últimos 10 años, ha fortalecido aquellas lecturas que la señalan como una región no prioritaria para los grandes poderes y para participar de los debates sobre el orden internacional. Esta situación económica fue seguida por el giro a la “derecha” que alentó la desintegración y optó nuevamente por una aquiescencia con Washington en términos diplomáticos, dando lugar a una pérdida de relevancia política global.
Si bien esa realidad es indiscutible, también lo es que Nuestra América conserva importancia en varios ámbitos económicos y geopolíticos en un mundo cada vez más disputado. Por ello, para pensar políticas acordadas entre los países de la región es necesario primero rebatir el sentido común que la califica como un área geográfica intrascendente. Varios elementos ponderan su rol. Entre ellos, tiene recursos estratégicos (alimentos, petróleo, gas, litio, agua potable, etc,); como mercado incluye a más de 650 millones de habitantes, que en promedio poseen ingresos medios en relación a los niveles de ingresos mundiales, y conserva un lugar destacado como espacio de radicación de inversiones estadounidenses, europeas y chinas, entre otras. Como decíamos, la importancia de la región se hace evidente cuando la misma es presentada como un campo de disputa entre los grandes poderes para incrementar su influencia. Por otro lado, es una región con una trayectoria asociada a la neutralidad y a la búsqueda de solución pacífica de las controversias, en un mundo cada vez más inestable.
A la hora de los diagnósticos, América Latina sigue siendo la región más desigual del mundo en términos de ingresos. No la más pobre, sino la más desigual, lo cual genera una dinámica político-social-económica específica, en relación a una profunda heterogeneidad estructural.
Otra singularidad, propia de este siglo, es que se revirtió la primacía económica que ostentó Estados Unidos desde los años veinte del siglo pasado. Salvo México, cuya economía depende enormemente de su vecino del norte (hacia donde destina aproximadamente el 80% de sus exportaciones), en el resto de los países hoy China es el primer o segundo socio comercial, prestamista fundamental y uno de los principales inversores externos. Esto modifica el esquema tradicional de inserción económica internacional de la región, desplazando a Estados Unidos y a Europa de ese lugar preponderante. De todas formas, el vínculo comercial con el gigante asiático puede profundizar un esquema reprimarizador (tendencia estructural en la región desde los años 80’), que diversifica los vínculos externos y genera divisas, pero a la vez limita el desarrollo integral de las economías, fomentando la especialización en la producción de bienes primarios para el mercado externo a la vez que impacta negativamente en el comercio intra-MERCOSUR. La cuestión central en este punto es que, más allá del rol de China, el problema a resolver es desde qué modelo de acumulación, con qué esquema de integración y bajo qué proyecto político-estratégico desarrollamos la región y nos insertamos con el mundo. La resolución de este debate sólo es posible en el marco de una dinámica política regional y subregional y constituye un gran desafío para los gobiernos progresistas que vienen ganando elecciones en América Latina.
Otro tema clave es el peso significativo de las deudas externas –propio de la dinámica dependiente y la extroversión estructural del excedente–, que hace que la región deba negociar con sus acreedores multilaterales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Club de París) quienes aplican políticas acordes al programa neoliberal, las cuales profundizan la periferialización de la región como sucede desde los años setenta y ochenta del siglo pasado. No es sólo un problema de estas latitudes. Desde antes de la Pandemia, varios países de ingresos medios y bajos mostraban una posición vulnerable, con una desaceleración del crecimiento económico y una deuda pública y externa ubicada en niveles elevados. El volumen de la deuda externa de los países de ingreso bajo y mediano combinados aumentó un 5,3 % en 2020, hasta alcanzar los 8,7 billones de dólares. Ello se agudizó con la Pandemia. Según la CEPAL, en un informe presentado el 11 de marzo de 2021, “En todos los países de la región, sin excepción, la situación fiscal se ha deteriorado y el nivel de endeudamiento del gobierno general ha aumentado, y se espera que dicho endeudamiento se incremente del 68,9% al 79,3% del PIB entre 2019 y 2020 a nivel regional, lo que convierte a América Latina y el Caribe en la región más endeudada del mundo en desarrollo y la que tiene el mayor servicio de deuda externa en relación con las exportaciones de bienes y servicios (57%)”. La incapacidad para avanzar con iniciativas que amplíen la autonomía en materia financiera (Banco del Sur, moneda común, abordaje conjunto de la problemática de la deuda), marca un límite en la soberanía económica de los países y una creciente dependencia financiera y monetaria.
Por último, desde los años noventa, cuando Estados Unidos propició enfáticamente el proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas hasta la llegada de Trump al poder, la región se vio permanentemente tentada a aprobar tratados de libre comercio, sean continentales, bi regionales o bilaterales. Esta política propiciada por los estados centrales generó respuestas dispares por parte de los países de la región y fomenta tensiones. El último caso es el del acuerdo Mercosur-Unión Europea, impulsado por Macri y Bolsonaro, que se encuentra en un proceso de revisión legal y deberá luego ser aprobado en ambas regiones. Además, algunos socios del Mercosur, como Uruguay, amenazan con avanzar con acuerdos comerciales en forma unilateral, sin el aval de los demás miembros del grupo. La cuestión de la integración regional en el MERCOSUR amerita un desarrollo específico. Por primera vez en la historia sudamericana, a través de los acuerdos bilaterales que se impulsaron luego de la restauración democrática en la década del ´80 y, con posterioridad, del esquema de integración que fundaron en 1991 Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, se logró consolidar una alianza duradera, que deviene política de Estado. La transformación geopolítica y económica que implica la fundación del MERCOSUR trasciende ampliamente el tiempo y sin duda también las intenciones de los gobiernos que lo fundaron. El bloque es un espacio de concertación política que, al mismo tiempo, representa un núcleo clave del comercio en América Latina y el Caribe, no sólo en términos cuantitativos sino cualitativos. El MERCOSUR aporta más del 50% de las exportaciones de manufacturas industriales realizadas entre países de la región.
Durante la década del 2000, a partir de la llegada de Lula da Silva y Néstor Kirchner al poder, en Brasil y Argentina, respectivamente, el esquema de integración ganó en perspectiva autonómica y ampliación de sus agendas. Si bien no supo transformar la economía política de la integración hacia un proyecto común de desarrollo, creando una “fábrica MERCOSUR”, fue una geografía que resistió los intentos de subordinación estratégica e incremento de la dependencia económica que habrían implicado la creación de un área de libre comercio hemisférica o la firma de acuerdos de libre comercio asimétricos. Además, las incorporaciones de Venezuela (país actualmente suspendido) y Bolivia (en proceso de adhesión) le dieron otro volumen y proyección al bloque.
En la actualidad, el MERCOSUR se caracteriza por la fragmentación política y la desintegración económica, aunque todavía logró sobrevivir como bloque comercial y representa un destino clave para las exportaciones de mayor valor agregado. La coincidencia coyuntural de gobiernos de derecha desmanteló espacios de concertación y participación social, permaneciendo inercias institucionales importantes pero insuficientes. A su vez, el fenómeno que la CEPAL ha denominado ahuecamiento productivo y comercial es estructural, y ya lleva más de diez años. Implica un débil dinamismo exportador, la caída del comercio entre sus Estados parte, y la creciente primarización de su canasta exportadora. Esto se debe a una compleja configuración de factores, entre los que se destaca la creciente presencia de China en la región, pero sobre todo a nuestra incapacidad para avanzar hacia el continentalismo y establecer núcleos de desarrollos regionales. En un mundo que tiende, como se mencionó, a una creciente reconfiguración en regiones, el bloque debe encarar urgentemente estos problemas con una mirada estratégica de largo plazo, para acortar sus brechas de desarrollo con otros países o regiones del mundo y ampliar su autonomía política.
La Argentina en el mundo y en la región
No se trata de insertar a la Argentina en el mundo. Necesariamente, de una u otra forma, estamos insertos. De hecho, este fue el año de récord de exportaciones de Argentina, de adhesión a la Iniciativa de la Franja y la Ruta o de pedido de ingreso a los BRICS, entre otras importantes cuestiones. Bajo esa frase hecha y hueca por lo general intentan justificar una política exterior de aperturismo ingenuo (en el mejor de los casos) y subordinación geopolítica al llamado “Occidente” o Norte Global. Necesitamos una política exterior inteligente, basada en nuestras necesidades e intereses nacionales, definidos por las mayorías populares.
Resulta necesario señalar la pertenencia de América Latina y de la Argentina como parte del Sur Global, para desde allí pensar el lugar de la región en el sistema mundial y la política exterior. Nuestro país es parte de la semiperiferia que, desde fines de los años noventa y, en términos institucionales a partir de la crisis de 2001 y la elección presidencial de 2003, comienza a enfrentarse al proceso de destrucción de la capacidades socio-económicas y estatales y a la periferialización impuesta desde el golpe de 1976. En esta coyuntura histórica de insubordinación creciente de parte de la periferia y semiperiferia del sistema, resulta clave pensar en un “Nuevo Bandung”, es decir, nuevos espacios con protagonismo del Sur Global para avanzar hacia la construcción de otro sistema mundial, más democrático e igualitario.
En este sentido, también resulta fundamental avanzar en el desarrollo de un multilateralismo multipolar frente al multilateralismo unipolar (en crisis) y distintas formas de unilateralismo.
Por otro lado, en un mundo que tenderá a la regionalización, es clave construir una región potente y con voz propia para insertarse en la dinámica multipolar.
Las relaciones tanto con los poderes occidentales como con el mundo emergente deben realizarse a partir de códigos y estrategias propias, acorde con los intereses nacionales y regionales, incluyendo las demandas de las grandes mayorías populares, las perspectivas nacionales de desarrollo y el establecimiento de mayores niveles de autonomía relativa. En ese contexto no resulta conveniente que los países del “Sur” se tienten con las propuestas de alineamientos que traen consigo aquellos análisis que subrayan el surgimiento de una “nueva Guerra Fría” y que, de manera creciente, los grandes actores estatales y privados transnacionales fomentan a través de sus lógicas geopolíticas y prácticas geoestratégicas. Es importante confluir desde posiciones propias en espacios como el BRICS y otros similares que expresan problemáticas más cercanas al Sur Global y a cuestiones propias de los países “en desarrollo”, a la vez que impulsan agendas que procuran redefinir tanto la distribución del poder como la distribución de la riqueza a nivel mundial.
Debemos tener una agenda clara sobre la profunda crisis ambiental mundial. Resulta necesario que nuestras respuestas estén en paralelo a las del Norte Global, las cuales parten de otras posibilidades económicas y son planteadas en términos de un ambientalismo globalista que invisibiliza las dinámicas asimétricas y responsabilidades desiguales entre el viejo centro del capitalismo mundial (cuyo consumo y huella de carbono per cápita histórica y actual resulta completamente insostenible para la humanidad), las potencias emergentes y el resto del planeta, ocultando una lógica de poder y dominación. No debemos caer en la falsa antinomia ambientalismo vs desarrollo, abordando la profunda crisis ambiental que asola al mundo, por fuera de la geopolítica del Norte Global y en base a las necesidades de desarrollo por parte de nuestros países.
En cuanto a las propuestas, es fundamental, en el marco de esta segunda oleada de gobiernos progresistas, nacional-populares y/o de izquierda, retomar la construcción de instancias de coordinación/cooperación política e integración regional. Aún con sus limitaciones, las experiencias de la UNASUR, la CELAC, el ALBA-TCP y el Mercosur ampliado implican un acumulado sobre el que hay que avanzar para ampliar los márgenes de autonomía.
En esa línea, es fundamental elaborar una estrategia conjunta para impulsar el multipolarismo en ámbitos multilaterales como la ONU, OEA, G20, OMC, etc. Los países de la región deben intentar intervenir en esos ámbitos con posiciones comunes, para tener más peso específico e incidir en las decisiones de esos organismos.
La integración regional debe ir más allá del ámbito declamativo. Es fundamental, en ese sentido, avanzar con un programa que incluya iniciativas concretas, algunas de las cuales fueron esbozadas en los últimos tiempos: discutir conjuntamente las condiciones para la explotación de sus estratégicos recursos naturales –la “OPEP del litio”, junto a una empresa estatal latinoamericana para explotarlo, sería un buen ejemplo-; avanzar hacia una moneda común de la región y otros mecanismos alternativos (como el intercambio comercial en monedas propias) que permitan evitar las presiones hacia la dolarización y a la vez aumentar la soberanía monetaria y financiera; retomar proyectos de infraestructura regionales -por ejemplo, gasoductos-; impulsar el Consejo de Defensa Sudamericano; discutir el impacto de las deudas externas, planteado estrategias a nivel global sobre la necesidad de legislar los procesos de renegociación de deudas soberanas, así como propuestas innovadoras de investigaciones en casos fraudulentos o moratorias conjuntas; avanzar hacia una política sanitaria soberana –produciendo a nivel regional, por ejemplo, algunas de las vacunas cubanas o de otros países contra el COVID-; y negociar conjuntamente con actores extra regionales como Estados Unidos, la Unión Europea y China. También debemos encarar de forma conjunta una lucha común contra la elusión y la evasión de las grandes empresas y sus transferencias de recursos a las guaridas fiscales, así como establecer reglas de juego comunes para la inversión extranjera o externa.
En resumen, debemos ir desde la premisa de la integración a una estatalidad continental con núcleo en el MERCOSUR ampliado (completando la incorporación de Bolivia y trabajando para poner fin a la suspensión de Venezuela) y la recuperación de UNASUR. A la vez que es estratégico seguir fortaleciendo e institucionalizando la CELAC. Con esos contenidos concretos, además, el proyecto de la Patria Grande podría encarnar en los movimientos sociales y políticos que tendrían entonces un rol clave en impulsar la integración de los pueblos, demandando a sus gobiernos en favor de la concreción de esas iniciativas.
Para finalizar, es importante señalar que la Argentina tiene un sustancial aporte para realizar a nivel regional y global en el ámbito de los Derechos Humanos, una agenda donde es país pionero, y que hoy se vincula fuertemente tanto con agendas de género como con las de la desigualdad económica. En esos dos ámbitos hay ejes centrales de trabajo a largo plazo en los que el país tiene una trayectoria y perfil diplomático que lo habilitan a construir con otras naciones una voz relevante. La cuestión de la vinculación de los procesos de endeudamiento soberano y su impacto en los derechos humanos es un eje central, y que hoy se vincula fuertemente con agendas de género, diversidad y derechos de las minorías, siempre dentro del marco global de la lucha contra la desigualdad económica.
Desde lo que creemos deben ser los pilares de la política exterior Argentina, INTEGRACIÓN y la SOBERANÍA, afirmamos que las islas Malvinas son Argentinas y Latinoamericanas. Constituyen un rostro visible del colonialismo del siglo XXI y de la militarización del Atlántico Sur en tanto base británica y punto clave de la OTAN. La lucha por recuperarlas es un horizonte fundamental para nuestra política exterior y un símbolo de la lucha por la soberanía.
Correo para adhesiones, comentarios y críticas: integracionysoberania@gmail.com
Grupo de Reflexión y Proyección de la Política Exterior Argentina “Integración y Soberanía”:
Alejandro Robba (UNM)
Alejandro Simonoff (IDICHS UNLP)
Anabella Busso (UNR- CONICET)
Carlos Raimundi (UNLA-UNQ)
Franco Lucietto (IDEHESI/CONICET)
Gabriel Merino (IDIHCS UNLP/CONICET)
Julian Kan (UBA- IDEHESI/CONICET)
Leandro Morgenfeld (UBA/CONICET)
Manuel Valenti (OCIPEX)
Mara Espasande (UNLa)
Marco Teruggi (Analista Internacional)
María Cecilia Miguez (UBA- IDEHESI/CONICET)
María Haro Sly (Universidad de Johns Hopkins)
Mariana Vazquez (UBA- UNDAV - Observatorio del Sur Global)
Matías Caciabue (UNAHUR-UNDEF- CLAE)
Adhesiones al documento:
Adrián Tuninetti (FCD/ FCS, UNC y UBP)
Alberto Justo Sosa (AMERSUR)
Alberto López Girondo (Analista Internacional)
Alberto Martinez del Pezzo (UNdC)
Alejandra Charpentier (UNR/GEICRAL)
Alejandra Racovschik (AEPP-FLACSO)
Alejandro Frenkel (EPyG-UNSAM/CONICET)
Alejo Reclusa (UNMdP)
Alejo Serrano (Instituto Democracia)
Alejandro Jasinski (UBA)
Amanda Barrenengoa (IDIHCS- CONICET-UNLP)
Ana María Chiani (UNR/GEICRAL)
Andrea Neirot (PUC-Chile, UNR/GEICRAL)
Andrés Musacchio (CONICET/UBA)
Atilio Borón (AAB-UNDAV-CCC)
Bernardo Perrotta (UNMdP)
Carlos Alfredo da Silva (UNR/GEICRAL)
Carlos Juarez Centeno (FCD/FCS, UNC y UBP)
Carlos Rang (UNRC)
Carolina Romano (UNSa)
Claudia Congetti (UNAJ)
Claudio Gallegos (UNS – CONICET)
Clara Chevalier (UNAJ- UBA)
Claudio Katz (UBA – CONICET)
Cristina Dirié (AMERSUR)
Damián Paikin (CEAP.UBA/UNLa)
Daniel Ezcurra (UNNOBA)
Daniel Hugo Villanueva (Universidad Champagnat)
Daniel Kerffeld (CONICET-UTDT)
Diana Tussie (FLACSO-CONICET)
Diego Conno (UNAJ – UNPAZ – UBA)
Diego Hurtado (MinCyT – CNEA)
Eduardo Omar Giménez (Analista Internacional)
Eduardo Pereyra (CTERA)
Eduardo Sigal (Fundación Acción para la Comunidad)
Enrique Elorza (UNSL)
Enrique Shaw (CEA/ FCS UNC)
Esteban Secondi (UNAJ)
Ezequiel Barolín (UNR/GEICRAL-UAQ, Querétano, México; ILM, DF, México)
Ezequiel Magnani (UBA-CONICET)
Federico Amoretti (FFYL- UBA)
Federico Montero (UBA – UNA – Observatorio del Sur Global)
Fernando Vallone (UNAJ)
Florencia Delpino (UBA- IDEHESI)
Florencia López Canellas (UNTREF / UNLA)
Facundo Cersosimo (UBA – FFyL)
Francisco Cantamutto (UNS – CONICET)
Francisco Taiana (UNQ)
Franco Castiglioni (UNAJ)
Gabriel Balbo (UNAJ)
Gerardo De Santis (UNLP)
Gonzalo Fiore Viani (CIECI-CONICET)
Gustavo Marini (UNR – CIPEI)
Héctor Bernardo (FPyCS - UNLP)Héctor Dupuy (IDIHCS- CONICET-UNLP)
Hilario Patronelli (CIG-IJIHCS-UNLP)
Javier Balsa (IESAC – UNQ – CONICET)
Javier Gortari (UNaM)
Javier Orso (UNR/GEICRAL)
Javier Vadell (PUC MINAS)
Jorge Cantor (AUNA)
Jorge Elbaum (UBA-UNLM-IUNMA)
Jorge Kreyness (Analista de Política Internacional)
Jorge Battaglino (UNDEF – CONICET)
José María Lojo (Fundación Acción para la Comunidad)
José Miguel Amiune (Plan Fénix)
Juan Cruz Margueliche (CIG-IDIHCS-UNLP)
Juan Santarcángelo (UNQ-CONICET)
Juan Francisco Soto (CEDIP- Cono Sur – UNDAV y Observatorio Sampay)
Julio C. Gambina (UNR)
Julián Bilmes (CISH – IdIHCS – UNLP/ CONICET)
Laura Bogado Bordazar (IRI-UNLP)
Lautaro Bruera (UNL - UNR)
Leandro Albani (Analista Internacional)
Lucía Lacunza (UBA IDEHESI)
Luciana Felli (IRI –UNLP)
Lucrecia Pasos (UNLP)
Marcelo Monzón (UNM)
María Cecilia Conti (CNEA-MinDef)
María Delicia Zurita (IdICSH – UNLP)
María Eugenia Cardinale (UNR/GEICRAL, UNER)
María Eva Pignatta (UNR)
María Florencia Marina (UNR – CIPEI)
María Victoria Molina (UADER)
Mariana Altieri (UBA/UNDEF)
Mariano Nascone (UNPAZ, UNLP, FLACSO, UNMDP)
Mariano Treacy (UNGS)
Marina Zalazar (UNR – CIPEI)
María Rocío Novello (UNR – CIPEI)
Mario Rapoport (UBA)
María Soledad Oregione (CONICET-UNICEN-CEIPIL-CIC)
Mariela Cuadro (UNSAM)
Mario Oporto (UNLa)
Mario Volpe (Instituto Malvinas – UNLP)
Martín Rozengardt (UNQ – OCIPEX)
Matías Oberlin Molina (Instituto Ravignani – UBA)
Matías Mendoza (UNLP)
Maximiliano Barretto (UNR-UCA)
Melisa Deciancio (FLACSO – CONICET)
Mónica Mendoza (UBA)
Néstor Restivo (UBA)
Nicolás Canosa (OCIPEX)
Noemí Brenta (CIHESRI-CONICET)
Jorge Marchini (UBA-FILA-CIGES)
Julián Zicari (UBA-CONICET-UNDAV)
Olga M. Saavedra (UNR/GEICRAL)
Omar Ruiz (CEA – UNC)
Pablo Vommaro (UBA-CONICET)
Pablo Macía (UNAJ, Observatorio del Sur Global)
Pablo Pozzi (UBA)
Pablo Tavila (UNM)
Paola Zárate (UNR/GEICRAL)
Patricio Brodsky (UBA)
Paula Gimenez (CLAE-NODAL)
Pedro Brieger (UBA – NODAL)
Pedro Mouratian (CEG)
Pedro Romero (UNR)
Rodolfo Pastore (UNQ)
Rubén Darío Guzzetti (IADEG)
Rubén Laufer (CIHESRI-UBA)
Santiago Liaudat (LECyS-FTS-UNLP)
Sebastián Giorgi (IEALC - UBA)
Sebastián Russo (UNLP)
Sebastián Schulz (IdIHCS – CONICET – UNLP)
Sebastián Tapia (Analista Internacional – Observatorio del Sur Global)
Santiago Toffoli (UNR/GEICRAL)
Sofía De Nícolo (OCIPEX)
Solange Castañeda (FAHCE-UNLP)
Sonia Winer (IEALC-UBA-CONICET)
Tamara Lajtman (IEALC-UBA-CONICET)
Telma Luzzani (Analista Internacional)
Valeria Carbone (UBA)
Veronica Pérez Taffi (AERIA-USAL-UNDEF-UNTREF)
Víctor Rodolfo Portnoy (UBA)
Víctor Ramiro Fernandez (IHUSO UNL / CONICET)
Virginia Rubio Scola (UNR-IRICE-CONICET)
Walter Goobar (Analista Internacional)
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Comentarios
Adhiero plenamente al documento y me gustaría poder expresa esta adhesiòn.
Soy docente de Relaciones Internacionales de la Universidad Champagnat
Analista de política internacional.
Felicitaciones
Excelente documento que ayuda a comprender el escenario en el cual estamos inmersos. Felicitaciones, me resultó de mucha utilidad para ejercer mi profesión (periodista).
Expreso mi adhesión al documento y al grupo. (UNM)
Sólo unidxs, ¡Venceremos!
Ardiente defensor e impulsor de la integración regional. Analista internacional.
Adhiero al documento.
Analista internacional.
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Me suscribo
Excelente postura
Celebro la iniciativa y expreso mi adhesión. Muy claro y profundo el análisis del escenario internacional en el que estamos inmersos. Gracias y felicitaciones.
Excelente iniciativa!!
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